viernes, 21 de septiembre de 2007

La Parra

A veces hay sitios que por una o varias poderosas razones se nos quedan grabados a fuego en la mente. "La Parra" es uno de ellos.

Se trata de un negocio familiar/bar/antro que tiene una historia como mínimo digna de ser contada, de no pasar desapercibida por culpa de una simple o supuesta falta de glamour.

Antiguamente el negocio era el típico bar de trabajadores y gente mayor. No sé si en sus comienzos pondrían tapas y comidas; cuando yo lo frecuentaba puedo asegurar que no, hubiera sido arriesgar en exceso la salud de la población.

Poco a poco, y al pasar el negocio en herencia a manos de los hijos, se convirtió en un lugar más abierto, con otro aire más cosmopolita, frecuentado tanto por expertos jugadores de dominó y apasionados espectadores de partidos de fútbol como por depravados voyeuristas de películas X de Canal Plus.

Entre esta heterogénea fauna de clientes me encontraba yo que, junto con algunos impresentables más, inventamos, de modo incipiente y sin la más remota sospecha, el sistema de ocio juvenil que pasaría a estar de moda en el siglo XXI: el botellón.

Al parecer fuimos de los primeros en poner en práctica tan saludable rito social. Al principio sólo nos atrevíamos con la cerveza, la famosa litrona de Cruzcampo o Estrella del Sur. Pero poco a poco fuimos envalentonándonos y empezamos a pedir los combinados. Lo más normal era el calimocho, que sólo el nombre ya avisaba de lo arrepentido que estarías al día siguiente. También consumíamos in situ los famosos chupitos de Orgasmo, muy apropiados en conjunto con la banda sonora de Canal Plus sonando de fondo.

No sé si sería por culpa del estreno de la película "Cocktail" con Tom Cruise por esas fechas o porque los barman fueron cogiendo confianza, que la carta de posibilidades embriagadoras se amplió. Y no sólo en variedad, también en calidad ya que el sistema para la elaboración de los combinados no tenía desperdicio por su sofisticación, tanto en la propia alquimia del brebaje como en la ejecución. El estudio artesanal de las proporciones exactas y la depuración técnica eran algo que ni los guionistas de El Bar Coyote podrían haber imaginado siquiera en sus mejores momentos de clarividencia por el peyote.

Pongamos como ejemplo 2 litros de Bacardi-Cola, aunque es extrapolable a cualquier combinado similar:

1. Partiendo de una Coca-Cola de 2 litros a temperatura ambiente, se traspasaba por completo a otro recipiente vacío a través de un embudo lleno de hielo.

2. Se llevaba el embudo con hielo de nuevo sobre el recipiente original de la Coca-Cola y se vertía el Bacardi en la proporción exacta, según la destreza y sabiduría del barman.

3. Se terminaba de rellenar la botella con la Coca-Cola restante, también a través del embudo con hielo.

El resultado era un combinado fresquito a precio de ganga perfectamente logrado. Para los "mijitas" que siempre están cuadrando las cosas aclararé que efectivamente había un sobrante de Coca-Cola, que se quedaba la casa. El combinado siempre era acompañado de paquetes gigantes de frutos secos al gusto.

Normalmente jugábamos unas partidas de futbolín mientras esperábamos turno o se nos preparaba el take-away. La poderosa política de marketing implantada era lo suficientemente eficaz como para mantenernos consumiendo en el local y evitar que cruzáramos la calle y nos fidelizara la competencia, que curiosamente se llamaba "La Filoxera", local que nos parecía mucho menos logrado, quizás excesivamente pulcro para nuestro particular gusto.

En realidad la competencia tampoco era tal, ya que el target de "La Filoxera" comprendía un público maduro, responsable, aseado y pulcro, que tapeaba o comía: en definitiva, trabajadores y gente de bien.

Por el contrario, "La Parra" era un local más undergound, con una estética de taberna barroca, con su barra de madera antigua; con sus escupideras para ... bueno ya se imaginan; veladores y sillas de formica y hierro de tonos marrones; expositor de bebidas tras la barra también en madera; ruidosa máquina tragaperras; TV color con Canal Plus; ventiladores sin funcionar, que eran el sedoso paraíso de las arañas; iluminación de tubos de neón blanco, y oscuro baño sólo para caballeros reconvertido en unisex, pero sólo por el panel informativo de la puerta: en el interior únicamente había el típico cagadero de agujero cerámico que, con sinceridad, daba miedo, mucho miedo.

Pero lo más curioso e identificativo era el pájaro sin jaula. Este pobre animalillo estaba lazado por una de sus patas a una cadenita. La cadenita por el otro extremo acababa en una argolla que rodeaba un alambre. Este alambre estaba tensado a lo largo de toda la longitud de la barra a una altura segura para que los clientes no pudieran alcanzarlo.

La función originaria del pájaro sería la de cantar, pero en la práctica lo único que hacía era revolotear desplazándose de un extremo a otro de la barra. Supongo que en venganza por tan buena vida, en su mente aviar sólo tenía como meta acertar dentro del vaso de algún cliente o al cliente mismo si se ponía a tiro.

Sospecho que además del pájaro había mas animalillos por allí conviviendo en perfecta armonía con el entorno, pero sólo es una especulación basada en mi poco criterio al fijarme únicamente en el estereotipo del local. En cualquier caso si algún biólogo con conocimiento de causa quiere iluminarme que use los comentarios.

BANDA SONORA: Al calor del amor en un bar, Gabinete Caligari.

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